Filosofia del derecho y cuestion de lo espiritu

Existe una Filosofía de la ciencia. En cambio, no tiene sentido una Ciencia de la filosofía, porque el interrogante filosófico sobrepasa los limítes que separan las fronteras de cada ciencia, y reabre la discusión acerca de la utilización de los conocimientos científicos destinados, muchas veces a fines opuestos: proteger la vida o causar la muerte. La disyuntiva entre los dos no la resuelve el científico; el suicidio y las guerras no se explican solamente con progresos científicos, pues estos no están en grado de otorgar un sentido, porque la ciencia puede llamarse así, o sea, “es honesta”, sólo sí – afirma Jaspers –“no es valorativa”. En efecto, una ciencia con pretensiones de convertirse en “ciencia valorativa”, destinada, por tanto, a institucionalizarse como finalidad y “norma de la acción”, no sería más que una contradicción: el conocimiento científico no se puede reemplazar por los metodos propios de las valoraciones que implican el ejercicio de la libertad, a partir de la cual se interpreta el yo. Con enfásis paradosal, Sartre afirma, “yo estoy condenado a ser libre”; la ciencia ciertamente, no puede exonerar de esta ´condena`. Las llamadas ´ciencias del espíritu` constituyen tan sólo el punto de partida del quehacer exclusivo del pensamiento filosófico. Estas observaciones exigen regresar a interrogarse acerca de la diferencia entre la Filosofía y la Ciencia, en orden a clarificar las fronteras que separan la Filosofía del derecho, de la Ciencia del derecho. En su Elogio de la filosofia, Merleau-Ponty sostiene: “el filósofo se reconoce, no sólo por la pasión, sino por el gusto de la evidencia, como tambien por el sentido de la ambigüedad”. Esta característica no es, paradosalmente, la del científico, cuyo trabajo está orientado a superar la ambigüedad; en efecto, su tarea consiste en formular tesis, llamadas, justamente, ´científicas`, porque deben encontrarse en condiciones de demostrar la evidencia, fruto de las constataciones obtenidas en lo que es objeto de experimentación. El científico informa; en cambio, el filósofo comunica y en los contenidos de su mensaje presenta los argumentos propios de una investigación lógica de la “evidencia”, pero “inseparablemente” unida al “sentido de la ambigüedad”, entendido como el espacio abierto que permite interpretar ´de otro modo`, respondiendo, de esta manera, “a interrogantes sobre el sentido de la vida”. En esta dirección, Merleau-Ponty comparte, con Le Roy, una convicción enunciada en estos términos: a la filosofía corresponde dar soluciones, no sólo a los nuevos problemas que van surgendo, sino que también debe inventarlos, abriendo el camino al sentido, es decir, a la forma ´como` el hombre, al costruir la historia, se interpreta a sí mismo y conoce cuanto encuentra en su camino existencial.